El abismo comenzó con el brote de los colores que empañaban la ventana como una bandera. Se despertó y recordó su vida congelada en el invierno que nunca terminó. El dolor de los puños provocaba dolor de muelas, sujetando aquél paraiso que no cruzaba el sueño de las 4am. Eterno el sol, eternos los dolores, que no se confundan con colores; ardiente la perilla que con un solo paso lo llevaria al motor verde de las aves. Blanco y negro, los números de un teléfono que nunca se llenaron con el llamado de la felicidad, esa que cuando marca no deja que nadie se la lleve. Las voces que gritan la continuidad de la pesallida, allá van, trepandose en los árboles sin ramas.